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Argentina, medalla de plata en inflación

La Argentina se consolida como uno de los campeones mundiales en inflación. En 2010, de acuerdo con un estudio de Bein y Asociados con datos del Banco Mundial, el incremento de precios en la república austral fue del 23,9%, porcentaje sólo superado por la Venezuela de Hugo Chávez (33,33) y muy superior al de países como Eritrea (16,8), el Congo (15%) o Sierra Leona (14).

El contraste entre los datos de inflación ofrecidos por distintas fuentes privadas y los aportados por el Indec (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), con diferencias próximas al 10%, es inocultable. También en el "Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe 2010", elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se dice que Argentina (y Trinidad y Tobago, y Jaimaica; y, por supuesto, Venezuela, campeona en este rubro desde 2006) presentó en 2010 una tasa de inflación de dos dígitos.

La baja fiabilidad del medidor oficial –es decir, del Indec– ha sido puesta de manifiesto en forma reiterada. Graciela Bevacqua, quien fuera removida de su cargo como directora de Índices de Precios de Consumo del citado organismo, afirma que, según estudios privados, la inflación del período comprendido entre octubre de 2009 y octubre 2010 sería de entre el 26 y el 27%.

Ante la falta de credibilidad de las estadísticas oficiales, el sitio www.inflacionverdadera.com se ha constituido en uno de los íconos salientes en la provisión de información. Según sus datos, la canasta básica ha subido en los últimos 12 meses un 26,3%.

Ataque a la propiedad privada

Las personas y las empresas sólo pueden aumentar sus niveles de gasto si aumentan sus ingresos o su rentabilidad; los gobiernos, en cambio, cuentan con una herramienta adicional y altamente distorsionadora: la máquina de hacer dinero. Ahora bien, esta política tiene por consecuencia la caída del poder de compra de la moneda, lo que se refleja en un aumento de generalizado de los precios.

Así las cosas, paradójicamente, quien gasta más (el sector público) carga el peso de su proceder sobre las espaldas de la ciudadanía (el sector privado), que ve cómo cada vez puede comprar menos bienes y servicios.

La inflación es uno de los impuestos más distorsionadores, ya que altera las señales del complejo sistema de precios. Asimismo, afecta especialmente a los que tienen ingresos fijos y, por tanto, menos capacidad de reacción ante escenarios cambiantes así de peligrosos. El deterioro de indicadores sociales tales como el que calcula la población que se encuentra por debajo de la línea de pobreza es un síntoma claro de la situación en que se encuentra la Argentina.

El hecho de que podamos comprar cada día menos con el mismo dinero es, sin duda, el indicador más claro de que la inflación no es otra cosa que un impuesto sobre la propiedad privada. Una lenta y continua sustracción que, a fuego lento, atenta contra el nivel de vida de los argentinos.

El año electoral hace necesario que la cuestión inflacionaria se ponga sobre la mesa de debate; ha de ser identificada como un grave problema y hay que buscar soluciones para terminar con esta perversa fuente de financiación del sector público.

 

© El Cato

MARTÍN SIMONETTA, director ejecutivo de la Fundación Atlas (Buenos Aires).

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