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ORIENTE MEDIO

Annapolis, 1947

Annapolis ha mostrado con devastadora claridad que la paz entre israelíes y árabes es imposible. Aunque el objetivo de la cumbre era relanzar las negociaciones entre las partes con el respaldo de la sociedad internacional, los árabes –empezando por los palestinos– volvieron a poner de manifiesto que repudian el derecho de Israel a existir.

Annapolis ha mostrado con devastadora claridad que la paz entre israelíes y árabes es imposible. Aunque el objetivo de la cumbre era relanzar las negociaciones entre las partes con el respaldo de la sociedad internacional, los árabes –empezando por los palestinos– volvieron a poner de manifiesto que repudian el derecho de Israel a existir.
La Organización para la Conferencia Islámica tiene 57 Estados miembro, y la Liga Árabe 22. A Annapolis enviaron delegaciones 15 países árabes (Arabia Saudí, Argelia, Bahrein, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, el Líbano, Mauritania, Marruecos, Omán, Qatar, Sudán, Siria, Túnez, y el Yemen) y sólo cuatro países islámicos no árabes (Turquía, Indonesia, Malasia y Pakistán). Ni un solo canciller árabe accedió a reunirse con la ministra israelí de Exteriores, Tzipi Livni. Ningún delegado árabe mantuvo encuentro alguno con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, que hubo de conformarse con un mero intercambio de saludos con los representantes de Qatar, Bahrein, Marruecos y Pakistán luego de haber pronunciado su discurso, en el que, por cierto, instó al mundo árabe a entablar relaciones diplomáticas con el Estado judío. El canciller saudí había anunciado públicamente que no estrecharía la mano de ningún israelí ("No estamos dispuestos a ser parte de una presentación teatral", afirmó el príncipe Saúd al Faisal), y Livni hubo de desistir de hacer una escala en el norte de África durante su viaje de regreso a Israel.
 
En las semanas previas a la celebración de la cumbre, que posteriormente pasó a ser considerada un encuentro (para así dar a entender que se trataba del principio de las negociaciones, no de su final), la prensa del mundo árabe abundó en la publicación de caricaturas fuertemente hostiles a Israel. No sólo en Siria o en la Franja de Gaza pudieron verse dibujos ofensivos, también en Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Omán, Qatar; incluso en Jordania y Egipto, los dos únicos países árabes que han firmado acuerdos formales de paz con el Estado judío.
 
Diez días antes de Annapolis, las naciones islámicas emprendieron una exitosa campaña para que Israel sea condenado anualmente en las sesiones del supuestamente reformado Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
 
Un día después de Annapolis, la ONU conmemoró, como cada 29 de noviembre, el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, en el que árabes y musulmanes reprueban la Resolución 181, que recomendó (1947) el establecimiento de un Estado judío y otro árabe en Palestina, y que siempre termina con la adopción, por parte de la Asamblea General, de una serie de resoluciones anti-israelíes.
 
A la luz de todo lo anterior, no es de extrañar que contemplemos con escepticismo la participación de árabes y musulmanes en encuentros como el de Annapolis. Ir a Maryland a hablar de paz mientras se lanzan campañas anti-israelíes en Nueva York y Ginebra y se incita a las masas contra el Estado judío no parece muy congruente, y pone en entredicho el declarado pacifismo de quienes así actúan.
 
Tras la idea de convocar al mundo árabe subyacía la premisa de que el apoyo colectivo de éste al proceso de paz facilitaría la asunción, por parte palestina, de unas posiciones más flexibles. A la vista está que las cosas han sido bien distintas.
 
Por lo que hace a los palestinos, se han mostrado tan intransigentes como los demás árabes. Su obstinada determinación de no reconocer a Israel como Estado judío hacía de Annapolis un fracaso anunciado. "Israel puede definirse a sí misma como guste, pero los palestinos no lo reconocerán como Estado judío", aseveró Salam Fayad, el primer ministro palestino. "Los palestinos nunca reconocerán la identidad judía de Israel", declaró, por su parte, Saeb Erekat, jefe del departamento de negociaciones de la OLP. "Este tema no está en la mesa", afirmó Yaser Abed Rabbo, secretario general del comité ejecutivo de la OLP. (Debo todas estas citas a Daniel Pipes, que asimismo ha dado cuenta del llamamiento de la comunidad árabe de Nazaret a la Autoridad Palestina para que no reconozca a Israel como Estado judío).
 
Mahmud Abbás (Abú Mazen) y Yaser Arafat (archivo).Da la impresión de que los palestinos pretenden resolver los problemas territoriales de 1967 sin antes aceptar las realidades fácticas de 1948. Así, el presidente de la AP, Mahmud Abbás, aludió por dos veces en su discurso de Annapolis a la Nakba, término con que se hace referencia en el mundo árabe a la creación de Israel y que literalmente quiere decir catástrofe.
 
Antes de enviar sus delegados a la cumbre, Siria hizo saber, a través de un editorial del periódico oficial Teshreen, que su intención era "frustrar el plan de Olmert de forzar a los países árabes a reconocer a Israel como Estado judío". En cuanto a Bush, prometió durante su discurso que EEUU seguiría comprometido con la idea de Israel como "patria para el pueblo judío" y preocupado por "la seguridad de Israel como Estado judío".
 
Curiosamente, la cumbre de Annapolis finalizó la víspera del 60º aniversario de la Resolución 181, mediante la cual la familia de las naciones expresó su disposición al establecimiento de "un Estado judío" (esta expresión aparece unas treinta veces en el texto) y otro árabe. Aunque la 181 no habla de "Estado palestino" alguno, a día de hoy Israel reconoce que se trata de una realidad futura, y de hecho sus delegados acudieron a Maryland –y antes a Oslo, y a Camp David– dispuestos a facilitar su creación.
 
Sesenta años después de la redacción de ese documento diplomático que sentó las bases para el establecimiento de dos Estados, uno judío y el otro árabe, en la zona, los interlocutores árabes y palestinos continúan estancados en las trincheras de la historia, aferrados tercamente a sus dogmas nacionalistas y psicológicamente incapacitados para dejar de cuestionar la existencia del Estado de Israel.
 
Annapolis 2007 nos ha brindado un atípico momento de claridad conceptual: a los árabes y a los palestinos les duele el 67, pero más les duele el 48. Mucho más.
 
 
JULIÁN SCHVINDLERMAN, autor de TIERRAS POR PAZ, TIERRAS POR GUERRA.
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