Menú
EUROPA

Alemania como chivo expiatorio

Desde los tiempos de Bismarck, en Europa la cuestión alemana se define así: Alemania es demasiado poderosa y es necesario contenerla. Dicha cuestión estuvo estrechamente vinculada a las dos guerras mundiales, guerras que devastaron el Viejo Continente.


	Desde los tiempos de Bismarck, en Europa la cuestión alemana se define así: Alemania es demasiado poderosa y es necesario contenerla. Dicha cuestión estuvo estrechamente vinculada a las dos guerras mundiales, guerras que devastaron el Viejo Continente.

La dramática experiencia de dichos conflictos dio paso a los esfuerzos por integrar a Alemania en un marco más amplio, sujetándola mediante compromisos que la moderasen políticamente y la beneficiasen en lo económico.

Este proceso de seis décadas ofrece hoy un claro ejemplo de lo que algunos han llamado "las consecuencias no intencionales de la acción humana", es decir, la paradoja de que en ocasiones las mejores intenciones pueden generar resultados opuestos a los pretendidos.

En el caso de la Europa posterior al derrocamiento de Hitler, lo que comenzó con acuerdos limitados en materia económica evolucionó hasta convertirse en un proyecto político apuntalado por una moneda común; un proyecto que, como se advirtió a tiempo, exageró una buena idea hasta distorsionarla y transformarla en instrumento de una ambición desmesurada, cuyas consecuencias están a la vista.

La mayoría de los europeos respalda una mayor unión entre sus países, pero desea igualmente seguir preservando éstos –es decir, seguir siendo alemanes, franceses, polacos, italianos, españoles, etc.– y eligiendo directamente a sus gobernantes y representantes. El proyecto europeo, en su versión desmesurada, respaldada por las élites privilegiadas y la burocracia supranacional de Bruselas, está debilitando hasta extremos intolerables los fundamentos democráticos de la política continental, y esa realidad está siendo cuestionada por los ciudadanos, que ahora observan con palpable temor cómo la soberanía de sus respectivos estados se resquebraja.

El naufragio de la moneda única, que amenaza con destruir por completo seis décadas de esfuerzos solidarios, está empujando a las élites identificadas con el proyecto y a la burocracia supranacional a redoblar sus esfuerzos en pro de la unidad fiscal de Europa; pretenden doblegar a los países de la UE con controles aún más estrictos, con la vista puesta en un quimérico superestado manejado desde arriba por grupos privilegiados y ajenos a la voluntad popular.

Para salvar el euro, esas élites empujan a Alemania a convertirse en el acreedor y garante último del resto mediante la admisión de una serie de compromisos financieros, en ocasiones disfrazados o negociados en medio del secreto y la confusión. De concretarse, tales compromisos harían de Berlín el Ministerio de Hacienda de Europa, y más temprano que tarde harían a Alemania objeto de la ira, el rechazo y el desprecio de pueblos enteros, como el griego, el italiano y el español, a los que espera un severo período de austeridad.

En otras palabras: en su empeño por salvar el euro a toda costa, las élites políticas y la burocracia supranacional europeas van a lograr lo opuesto de lo que se pretendía inicialmente con el proceso de integración. En lugar de encajarla en un esquema que limite su peso y evite el renacimiento de los nacionalismos, van a hacer de Alemania el perfecto chivo expiatorio en el tumultuoso porvenir europeo.

 

© Diario de Américaanibalromero.net

Temas

0
comentarios